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“Seguimos siendo humanos”
Resistencia Palestina y Soberanía Alimentaria.

El pasado mes de Noviembre algunas campesinas vascas y andaluzas así como otros miembros de organizaciones sindicales y no gubernamentales ligadas a la lucha por la Soberanía Alimentaria, tuvimos la oportunidad de responder al llamado de la UAWC (Unión de los Comités de Trabajadoras Agrícolas) de Palestina, como organización de reciente ingreso en La Vía  Campesina Internacional, para expresar sobre el terreno la solidaridad campesina internacional con las compañeras en su lucha contra la ocupación israelí. Al mismo tiempo pudimos relatar de forma general las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en las poblaciones agrícolas, bajo el marco de la Carta de Derechos de las campesinas y trabajadores rurales que se debate actualmente en Ginebra, y muy en concreto la  negación constante por parte del estado de Israel del derecho a la alimentación del pueblo palestino.

La ocupación israelí de Palestina es una lucha de conquista del territorio y sus recursos. Es en este sentido que la población campesina palestina se convierte en el principal foco de la guerra de exterminio, primer objetivo de la política colonial y de las fuerzas armadas sionistas. Pero el campesino palestino es también la primera linea del frente en la resistencia contra el ocupante, ejemplo de dignidad y lucha a pesar de las más terribles adversidades que sufre una población dispuesta a resistir en la tierra que trabajaron siempre sus antepasados. Un colectivo que entiende el camino hacia la Soberanía Alimentaria como una herramienta para la resistencia, para alimentar a sus gentes y mantener su cultura e identidad, para sobrevivir a la violencia de la ocupación y permanecer en sus tierras y que, además, les hermana con campesinos de todo el planeta.

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Abdelkarim es un campesino perteneciente al pueblo de Beit Hanoun, junto a la ciudad de Gaza.  Al llegar a su finca lo encontramos compartiendo unas naranjas con algunos compañeros en un alto en el trabajo. Están sentados sobre los escombros de la caseta que cobijaba el motor de riego que abastecía a las aproximadamente 8 hectáreas de olivar y huerta cultivabada por tres familias palestinas. Podemos ver el motor totalmente inutilizado y el pozo cerrado por los escombros, así como un complejo sistema de tubos improvisados que reparten el agua a toda la zona desde el único pozo que se ha salvado de los bombardeos y los tanques. La finca es un contraste entre parcelas devastadas por socavones, salpicada de escombros o troncos quemados y terrenos recién labrados con verduras sanas y pequeños plantones de olivo. Su casa presidía toda la explotación desde un pequeño alto, a 100m de donde estamos. Hace a penas mes y medio que está convertida en una montaña de escombros bajo la que yacen algunos de sus familiares.

Abdelkarim no es un ejemplo aislado, hemos tenido la oportunidad como delegación de conocer desde el terreno la situación de violación de los derechos más elementales de muchas campesinas en toda la Palestina ocupada. Ni siquiera es Gaza el único espacio en el que se libra la Guerra de exterminio de Israel contra el pueblo palestino, una guerra que no acabó hace dos meses sino que se libra día a día desde 1948 en cada uno de los rincones de los territorios ocupados:
En Qualqya, conocida hasta hace poco por ser el granero de Cisjordania, el muro del apartheid ha anexionado al estado de Israel miles de acres de gran valor agrícola, al mismo tiempo que separa a muchos campesinos de sus tierras y sus pozos. Entre Jabba y Surif, poblaciones vecinas que compartían población y cultivos, se levanta ahora un muro de ocho metros que hace recorrer un camino de unas horas a pie para cubrir una distancia que antes se salvaba en minutos. En la misma Jabba prácticamente todo su territorio (10000 acres de los 13000 que tenía el pueblo) ha sido confiscado y los campesinos que continúan su tarea se enfrentan, cuando consiguen los escasos permisos que Israel concede a los agricultores, a restricciones de tres horas al día para acceder a su tierra o incluso a ataques directos y detenciones. En  Jabblus, situada encima del acuífero más importante de Palestina, se ven tierras sin labrar por la falta de permisos para el riego. A lo largo del río Jordan, una de las cunas de la agricultura, hay una franja de seguridad de cinco kilómetros en la perpendicular a todo el cauce que excluye a la población palestina de sus aguas y de las tierras de mayor valor agrícola. La población beduina que vemos al pie de las carreteras es objetivo constante del desplazamiento, la confiscación y el asesinato del ganado, su acceso al agua resulta muchas veces imposible y el muro limita su cultura nómada. Los pescadores de los puertos de Gaza y Rafah, cuando consiguen arreglar sus embarcaciones agujereadas a balazos por patrullas israelíes mientras realizaban su trabajo, no pueden salir más allá de unas raquíticas seis millas naúticas, a partir de las cuales son los pescadores israelíes quienes aprovechan la pesca...
Y estos no son más que otros ejemplos, porque por todo Cisjordania no solo los controles militares o la falta de inversiones públicas entorpecen constantemente el tránsito por las carreteras que no unen asentamientos judíos, el muro del Apartheid se levanta también a lo largo de 800 kms como grandioso monumento a la opresión, limitando la movilidad de la población y las mercancías, cercando o dividiendo terrenos y poblaciones, negando la libre circulación de productos alimentarios o propiciando su pérdida, separando agricultores de sus tierras y sus fuentes de agua.
En cualquier rincón de Palestina hemos comprobado la usurpación del agua como eje básico de la colonización. Desde 1967 no se ha concedido ningún permiso para excavar nuevos pozos en territorio palestino. Tampoco para el arreglo de los ya existentes o los destruidos por el ejército que son muchos y su número sigue en aumento. La agricultura autóctona se mantiene en cuanto a riego, con tecnología de hace 50 años, en el mejor de los casos, y el consumo de agua está perfectamente dosificado por férreas restricciones que van desde las tres horas diarias de consumo hasta los tres días al mes de algunas poblaciones. Incluso el almacenaje de agua de lluvia está reprimido. Israel controla así el 90% del agua en territorio ocupado y permite de esta manera que una familia colona reciba hasta 7 veces más agua que una palestina. Mientras, la construcción de colonias, tan demandantes de agua, ha sido constante e incluso se ha acelerado en los últimos tiempos a pesar de la legislación internacional y los acuerdos de Paz firmados por el mismo estado de Israel.

Al mismo tiempo el bloqueo económico busca la estrangulación y dependencia de la economía ocupada, desplazando a un sector importante de la población fuera de sus lugares de origen y convirtiendo a población campesina en mano de obra barata como trabajadoras en los asentamientos judíos. Tampoco permite la importación de ningún producto hacia los territorios ocupados, teniendo que comprar cualquier insumo o material para infraestructuras al propio estado ocupante, estableciendo, además, un estricto sistema de permisos para la entrada de cualquier materia. Por ejemplo, en la Franja de Gaza no ha entrado un solo saco de cemento desde la última ofensiva y las restricciones de otras materias en todo el territorio es evidente. Todo esto encarece excesivamente los costos de producción y baja la productividad del agro palestino, generando una desigualdad en el mercado que es aprovechada por las empresas israelíes construidas en base a los recursos gratuitos, la mano de obra barata de la ocupación y la protección de su gobierno.

El paisaje mismo de toda esta región habla de violencia colonial y usurpación del territorio, con el muro imponiéndose a la geografía, atravesando colinas, valles, caminos, plantaciones y pueblos y con el cerco que forman los asentamientos frente a cada población palestina, en lo alto de las colinas, vigilantes y arrogantes, como fatales parásitos que se nutren de las tierras, el agua y la sangre de sus legítimos dueños.

La Guerra de ocupación es fundamentalmente la guerra contra el derecho a la alimentación que se libra en varios frentes: la expropiación de la Tierra, el control de los recursos hídricos, la limitación de los movimientos campesinos, la competencia desleal de los productos israelíes, el bloqueo de los insumos y materiales, los ataques directos a campesinos y pescadores en su espacios de trabajo, la eliminación de cabezas de ganado y la destrucción de infraestructuras agrícolas y pesqueras.
La consecuencia de esta guerra es una situación de emergencia humanitaria, en la que la economía dinámica de los territorios ocupados hasta el año 2000 se ha visto colapsada por las medidas represoras del Gobierno de Israel.
Los relatores especiales enviados por naciones unidas a la Palestina Ocupada lo vienen constando claramente desde hace años: las políticas de seguridad israelíes contradicen todo derecho internacional, la IV convención de Ginebra, el derecho humanitario, la Carta de Derechos Humanos e incluso los acuerdos de paz firmados por su propio estado. Estas políticas, además, están violando muy especialmente el derecho a la alimentación del pueblo palestino en una tierra de gran riqueza agrícola y a una población con gran peso campesino, provocando una emergencia humanitaria con graves tasas de malnutrición, pobreza, desempleo e indigencia.

El campo palestino quiere trabajar, alimentar a su pueblo, conservar su raíces milenarias. Mientras, el Estado de Israel calcula mediante una formula matemática el número de calorías que le concede a cada palestino para mantenerle al filo de la supervivencia, encerrado en una gran prisión a cielo abierto.

Y si algo hemos constatado nosotras como delegación y si hemos recogido algún mensaje de las compañeras campesinas es que Palestina es un país rico, con una tradición agrícola de gran valor, que es posible alimentar a este pueblo desde los recursos propios de su territorio y que su problema no es Humanitario, como muchas potencias y organismos internacionales asumen, sino Político, la ocupación es la que trae el hambre y la opresión y será la libertad del pueblo la que acabe con ellas.
                                              
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Abdelkarim interrumpe su almuerzo al vernos llegar, tímido pero decidido se levanta de su asiento entre los escombros sin querer ahorrar ni un segundo para enseñarnos sus tierras; la devastación de la última ofensiva de Israel y los trabajos de recuperación que ya empiezan a dar sus primeros frutos. Nos habla del olivar centenario que ocupaba hasta 2006 esta tierra ahora cubierta de patatas recién germinadas y pequeños plantones de olivos plantados hace unas semanas. Ese olivar centenario fue cortado por motivos de seguridad por el ejército israelí, sin ninguna posibilidad de reclamación. Haberlo sustituido por verduras que no levantan dos palmos del suelo nunca fue razón suficiente para que el ejército dejara de destruirlas en cada incursión.
Por el camino de tierra que atraviesa la finca, pisamos las huellas de los tanques y a ambos lados encontramos troncos de olivo quemados y con metralla incrustada. La finca ha sufrido seis destrucciones totales en cada una de las ofensivas militares que han asolado la Franja de Gaza desde la segunda intifada. La familia de Abdelkarim junto a otras familias campesinas del pueblo y con el apoyo del comité local de UAWC han reconstruido esta finca desde el primer día de alto el fuego tras cada ofensiva. Así lo han hecho también en otras zonas afectadas de la Franja. Las primeras patatas, guisantes y zanahorias de está reconstrucción en tiempo récord son un ya un hecho en el paisaje que nos rodea.

Abdelkarim es muy consciente en su discurso, que nos transmite elevando el tono de voz en muestra de firmeza, tras sus ojos brillantes y su cara curtida: “Israel quiere estrangular la economía de Gaza, saben que en esa tarea deben empezar por eliminar nuestro sistema alimentario. Con estas tierras abastecíamos a uno de los territorios más poblados de la Tierra, saben que con ellas somos fuertes y resistimos, saben que aniquilando nuestra capacidad de producir alimentos nos someten como lo hacen cuando nos bombardean con sus misiles para matar a nuestra gente...”. Sus palabras se imponen al rugido de las tanquetas israelíes que pasan a toda velocidad al otro lado del muro, a penas a 350 metros de los nuevos olivos. La finca en la que nos encontramos, como la gran mayoría del agro gazatí, linda directamente con la Buffer Zone o zona de seguridad, un cinturón allanado y desertificado de entre 300 a 500 metros en línea recta perpendicular al muro del apartheid construido por Israel entorno a los 250Km que rodean la Franja . Para la construcción de esta mole, que convierte a Gaza en el mayor campo de concentración de la Historia, Israel expropió más del 35% de la tierra agrícola de la Franja así como el 90% de las aguas costeras de un ya bastante esquilmado sistema agrario y pesquero resultante de los acuerdos de Oslo. Muchos agricultores como los compañeros de Abdelkarim y pastores siguen desafiando cada día la prohibición de entrar en esta zona que hace no mucho eran parte de sus explotaciones, jugándose la vida frente a los disparos desde las torretas de vigilancia que salpican regularmente el muro.
Y prosigue: “...Israel quiere Palestina sin palestinos, y sabe que atacar nuestro sistema alimentario es la mejor manera de hacernos desaparecer. Por eso sigo plantando olivos, aun sabiendo que en el mejor de los casos serán mis hijos quienes los cosechen, porque es la manera de alimentar a mi pueblo, tal y como lo hicieron mis ancestros siempre, porque en esta tierra nacimos y en esta tierra vamos a permanecer. Resistiremos y venceremos”.

Los campesinos que acompañamos esta delegación y cualquiera que conozca que la realidad de estos ejemplos son lo cotidiano por todo el agro palestino, no podemos dejar de sentirnos indignados, conmovidos y solidarios con nuestros hermanos trabajadores en este territorio tan castigado pero tan rico en dignidad humana.

“Seguimos siendo humanos”, con esta frase cerraba un internacionalista italiano las crónicas que dictaba desde su teléfono móvil durante la ofensiva militar del invierno de 2008, mientras las bombas israelíes caían a unos metros de distancia, sobre casas, calles, hospitales, huertas o puertos de Gaza. Intentaba romper con ellas el cerco de silencio y desinformación que Israel impone como prolongación de su muro de la vergüenza más allá de Palestina.
Seguimos siendo humanas, siguen siendo humanas. Porque la guerra de ocupación en Palestina es un gran esfuerzo de Israel por deshumanizar al pueblo originario y, en concreto, a la población campesina que es el primer objetivo a eliminar. Pero frente a esta guerra de exterminio y deshumanización las campesinas palestinas ejercen por cualquier medio posible su derecho y su obligación a la Resistencia, a seguir siendo humanas. La lucha por la Soberanía Alimentaria es hoy una herramienta fundamental para ellas en esta lucha de resistencia, por su tierra, por su cultura, por su gente. Con ellas estamos los campesinos del mundo.
                       
                                                          
                                                           Kelo
                                   Uztaro kooperatibako baserritarra.

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